«Éramos muy pobres y muy felices»- París era una fiesta; Ernest Hemingway*
Llovía y mucho en la ciudad de Lima. Parecía que Dios se había propuesto lanzar otro diluvio universal. Claro, eso puede decir un limeño que está acostumbrado a leves garúas. Yo soy un limeño, y dadas las circunstancias, y el frío que hacía, me pareció un diluvio, además de universal.
Mi situación económica era tan fría como ese invierno, que, como aquella cancioncita de Los Prisioneros, yo recordaba haber dicho que sería menos frío que el anterior, y ahí estaba yo, caminando bajo la lluvia, congelándome, tanto corporal como económicamente hablando. Recordé el invierno anterior: por esas fechas, redujeron mis días de trabajo y, con ende, mi sueldo mensual en el colegio donde dictaba clases de Literatura. Mi mantra, que durante mi tiempo de gloria dineraria había sido: «Lo mejor para mi chica», tristemente se había convertido en: «Dios proveerá». Este invierno era más crudo que el anterior y no me quedaba de otra que acoger aquella exclamación de fe y de última esperanza del año anterior.

Habíamos acordado, mi enamorada y yo, abusar de la hospitalidad de un amigo nuestro que tenía un local de venta de cartas Yu-Gi-Oh!, juego que nos ha brindado más de una sonrisa y más de un amigo. Pensé: «Podremos divertirnos toda la tarde y sin gastar mucho dinero», y entonces ahí iba yo, caminando en el frío, bajo la lluvia, encapuchado, escuchando Oxígeno en mis audífonos y con menos de diez soles en el bolsillo, con un agujero en una de mis zapatillas vagabundas y temiendo contraer una pulmonía y morir en medio del camino, cuando de pronto levanto la mirada y veo a mi linda y pobre novia mojándose, esperándome. Alejandro ha salido y no hay atención en su local. ¡Ay, pobre de mí!
- ¿Qué hacemos ahora, mi amor, a dónde vamos?
- No hay de otra, cariño, vámonos a Miraflores en algún arca de Noé o nos ahogaremos en el diluvio.
Llevándonos diferentes cartas Yugi, de todos los arquetipos en mi fólder, para volver a poblar la tierra postdiluvio, nos subimos a un bus con destino a Miraflores. Aquel distrito elegante y algo pituco que muy hospitalariamente nos acogió en mis tiempos de riqueza.
