Hay una película entretenida pero no por ello buena con uno de mis actores favoritos: Jim Carrey. Pero no, no es una pela cómica, sino una de suspenso, titulada Número 23. En ella, al menos al principio, se manifiesta uno de mis grandes amores: la lectura. Resulta que el personaje de Jim es un apacible perrero, de esos que trabajan en camionetas y atienden a llamadas que tienen que ver con perros agresivos con el fin de atraparlos. En fin. Después de un mal día, que por cierto, era su cumpleaños, Jim llega tarde a encontrarse con su esposa, quien lo esperaba para ir a su reunión de cumpleaños. En esa espera, la esposa de Jim encuentra una tiendecita de libros antiguos, de esas que te los venden por dos o tres soles (aunque en la película usaban dólares). Ella encuentra un librito rojo, muy peculiar, y empieza a leerlo mientras aguarda por su esposo. Al llegar éste, ella se lo compra por su cumpleaños, y por medio de este libro, Jim ingresa a su propia aventura de obsesión y paranoia que, bueno, ya no viene al caso.
A mí me gustan esa clase de tiendas de libros. Me gustan los libros, las ferias de libros, las tiendas grandes, pero, sobretodo, estas tiendecitas esporádicas. Y esto creo no tiene nada que ver con el aspecto económico. Me inclino hacia esta explicación: ocurre que cuando uno va a una feria de libros, o a una librería de regular reputación (como La Familia, por ejemplo, una de nuestras favoritas), ya se tiene una idea, aunque vaga, de lo que se va a buscar; en cambio, en una tienda pequeña, que generalmente es el garaje de una familia de esposos ya mayores con un evidente gusto hacia la literatura, uno puede encontrar de todo, y siempre hay un título esperando a que algún caminante se deje cautivar por él. Esto me pasó a mí.
Caminaba con mi novia por las afueras de la universidad San Marcos y, sin un mejor itinerario, decidimos entrar a una de las dos tienditas de libros viejos que por ahí se encuentra instalada. Era ya alrededor de las seis de la tarde; la luz del alumbrado público y los fluorescentes de la pequeña casita contrastaba con las páginas amarillas de los libros y encuadernados. Cervantes, Vargas Llosa, Dumas y los demás clásicos aguardaban por un comprador. Volví a encontrar Y de repente, un ángel, un libro que llevo queriéndolo leer durante ya varios años
El libro del comisario Maigret fue escrito por Georges Simenon, y contenía tres historias sobre este veterano policía: A la cita de los Terranovas, Maigret en Nueva York, y Maigret y el cliente del sábado; de los cuales, todos muy buenos, más me gustó el último. Como me dijo mi amada novia, Maigret
Recientemente he terminado de leerlo y una vez más puedo decir que mi novia no se equivocó.
No se... pero ahora mismo me ha dado por leer ciertos comentarios de mis entradas... y apareciste tu... aqui estoy siguiendote otra vez... :)
ResponderEliminarbesos y saludos!
Saray
Gracias, Saray, me alegro tenerte de vuelta en contacto =) Aunque, lamentablemente he perdido cotidianidad en el blog, trataré de escribir más seguido. Muchos besos y mucha suerte para ti también.
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