miércoles, 14 de diciembre de 2016

desde mi exilio

Querida y jamás odiada mary:



Te escribo, no desde mi celda –como diría vallejo-, sino desde mi exilio, esperando que esta señal de humo trascienda la distancia –como reza la canción de Daniel f que alguna vez te hice escuchar en nuestro lugar de siempre y nunca jamás-, confiando en que mi agente doble cero encuentre la cabeza de león en tu puerta y esta carta, así, pueda caer en tus manos; con la esperanza de que llegue a tiempo y de que tenga el valor, esta noche, de terminarla y ponerla a vuelo; con todo ello, así te escribo. Te escribo sin la certeza de que esto sea buena idea, con muchas dudas, pero sabiendo que no es por ese fetiche de tener la última palabra. quizá sea, como diría nuestro peruanísimo bryce Echenique, que uno escribe para que lo quieran más. Te escribo porque te extraño, o mejor dicho, porque me extraño a mí contigo, extraño a nosotros en la gran fruta comiendo panetones en septiembres infinitos, septiembres que superan ampliamente los 31 días calendarios, y porque ahora, ya absorbidos por diciembre, no se me antoja ni uno más; escribo porque el cariño no entiende de ausencias; porque siempre he querido ser un héroe, como los que aparecen en los cómics que mi papá me compraba de niño, y porque esos héroes siempre tenían -no digamos una novia, porque el cariño no siempre es recíproco, al menos no siempre en la misma escala- a alguien a quien querer, una dulcinea en alguna parte del globo, y porque a pesar de que me fui al exilio, es tan corto el amor y tan largo el olvido (como nos hacían recitar en las clases de literatura), porque es tan duro no tener un nombre que decirle al viento (hahaha, esa última me la copié de miguel bosé, y es que a veces recaigo en las baladitas, pero ya sabes, chitón, es el secreto mejor guardado de este rockero amigo tuyo).
Como bien sabes, luego de nuestra despedida, decidí irme al exilio para entrenar en huaraz; no trataré de ocultar que me fui algo dolido, decepcionado y melancólico, pero tampoco hay que hacer un drama; simplemente viajé con la intención de encontrarme conmigo mismo, de reinventarme y de resurgir de mis cenizas cual ave fénix (y uno de mis caballeros de bronce favoritos, además y todavía); imagino que también te debe haber pasado alguna vez algo parecido, momentos en los que necesitamos de la soledad, de detenernos para poder encontrar nuestro propio norte, porque, hablando de ello, dejé de ser el rey en el norte para convertirme en el rey que perdió el norte. Así que hice mi equipaje: metí libros, canciones, anécdotas, recuerdos y una que otra fotografía, porque a veces los buenos recuerdos pueden salvarnos la vida. 
Sabía de antemano que tú tenías razón aquella vez que intercambiamos visiones de vida, aquel sábado por teléfono; “¿de qué sirve haber estudiado en la mejor universidad si no se termina la carrera?” –habías disparado aquella noche-. Y claro que tenías razón, y yo solo argumentaba para no perder tan evidentemente, pero sabiendo que la caída era inevitable; el “aullido al caer” –me gusta llamarlo-, ese momento en el que tienes la clarividencia de saber que todo se va a la mierda, pero igual, te quedas ahí recibiendo la acribillada, porque no hay mayor nobleza que luchar por las causas perdidas. En mi defensa, lo único que puedo argumentar, es que a los 22 años parece fácil, pero ya luego, con los años y los otoños y los golpes en la vida que son tan fuertes, yo lo sé, te das cuenta que hay una enorme diferencia entre conocer el camino y recorrerlo, a veces es muy difícil, mi querida primavera, y precisamente recorrer ese camino es el que se me hace tan difícil. Pero ello no es culpa nuestra, tampoco de nuestro horóscopo, desde un inicio sabíamos que éramos opuestos -¿pero complementarios? Fue hermoso pensar ello-, y es, sobretodo, que me rehúso a ser parte del sistema, a ser una oveja más en el rebaño del buen postor, porque simplemente no puedo, así que decidí organizarme a mi modo, a la manera del lobo solitario, del alfa herido, del vikingo rockero, así que me fui, en bus oltursa, añadiré, porque si uno se va a la mierda, se va con estilo, porque para eso es que uno trabaja y ahorra tanto (carita feliz con anteojos oscuros).
Llegué a huaraz con los strokes en las orejas y tu sonrisa cascabel en la memoria y en las venas, y cierto ardor en la nariz producto del aire puro; arribé plan de ocho de la mañana, y en seguida a correr buscando un lugar donde alojarme, un lugar para convertirlo en mi cuartel general en áncash, que en quechua significa “azul”, y que es curiosamente apropiado porque azul en inglés es “blue”, y los gringos utilizan la palabra “blue” para señalar la nostalgia. Así llegué, y bastante famélico, además y todavía. Luego de instalarme, la posadera me dijo que si quería un buen desayuno debía visitar el mercado central, y al llegar me ofrecieron, como especialidad de la casa, jugo especial y trucha frita con yuca, y ya te darás cuenta que te veía en todas partes, incluso en mi desayuno. ¡tienes que probar la trucha! ¿ya la has probado? Hacerte comer trucha estaba en mi lista de “cosas que compartir con mary”, pero bueno, sé que te gustará aún sin mí.
Ese primer día no pude ya encontrar ni tour ni guía que me lleve a conocer los misterios de la ciudad y sus periferias, mas la posadera, al verme algo bajoneado, me dijo que, tomando un taxi, podía ir a visitar unas ruinas del imperio huari que no se encontraban tan lejos, cosa que usted se aclimata, joven. Debo haber puesto cara de extrema emoción ya que añadió: “no se le vaya a ocurrir saltar o correr, joven, debe dejar que su cuerpo se acostumbre a la altura, estamos superando los tres mil metros sobre el nivel del mar”. Como podrás imaginar, me tiré el abrigo en los hombros y bajé corriendo y saltando las escaleras (mi cuarto estaba en el tercer piso de un hotel llamado “sweet dreams”, como la canción de la dupla británica Eurythmics… sí, hasta para escoger alojamiento pienso en el rock. Sweet dreams, “dulces sueños” en español, así como solías despedirte). Y esta es la historia del presente, de la cerámica que tienes ahora entre tus manos. Ahí estaba yo, reencontrándome con nuestro pasado incaico, encarnando ese sentimiento de ser el cantor de américa, autóctono y salvaje, sabiendo desde el fondo de mi corazón y de mis pulmones que se llenaban de aire puro, que mi lira tiene un alma y mi canto, un ideal; fotografiando todo y lo mejor que podía, y sería tan genial poderte mandar una postal, una foto de lo que vi ahí, una radiografía de lo que sentí, haber podido prestarte mis ojos en ese momento. Y subí y subí, y mirando al infinito pensé: por fin estoy en un lugar desde el cual no puedo divisar ya la torre de claro. No debería correr tanto si es nuevo aquí, joven –me dijo un anciano ermitaño que salía de una de las viviendas de piedra que, hasta ese momento, solo las consideraba como parte del paisaje-. Me invitó a pasar y a tomar algo de té, le pregunté, disculpándome y todo, si no tenía cafecito, mejor (ya sabes que le he pegado duro al vicio). Y el ermitaño me cuenta que hace cerámicas, y a eso se dedica, a vender sus manualidades a los turistas. Le dije que yo no era un turista, sino un humilde viajero buscando la redención. No son caras, joven, además, no son para usted. ¿no son para mí? ¿entonces para quién son? Cuando uno viaja, joven, uno compra obsequios que representan el lugar que se ha visitado, pero no para uno mismo, sino para aquellos que uno quiere, es una forma de expresar: “estuve lejos, pero te llevaba conmigo”. Así que el viejo ermitaño resultó ser un buen vendedor, y salí de su casita con mi reliquia en la mochila, y si mi agente doble cero hace bien su trabajo, a estas alturas debes tener un vasito de huaraz, de las tierras del imperio huari, y una tacita de osito proveniente de Miraflores. No es que “haya tenido que”, sino que quise hacerlo, aquella vez con la tacita, y ahora con la cerámica, porque es como dijo el ermitaño de las montañas: en ese momento, con el cielo azul (y no el gris panza de burro que tenemos en lima) y el aire puro en mis pulmones, pensé en ti, y debido a nuestra actual circunstancia, es mi regalo, la única forma (¿firme y digna?) de desearte un feliz cumpleaños.
Retorné al hotel comiendo helado, la posadera me regañó, se va usted a enfermar, joven, comiendo helado con tanto frío. Yo le debo haber dicho algo como que soy el rey en el norte o que soy un guerrero vikingo, o ambas cosas, y debí hablarle de Guillermo I, el conquistador, primer rey de los vikingos, y le pedí las llaves, y ya en la cama, y luego de colgar las fotos de ese primer día de aventuras en la cuenta de instagram -para que en casa supieran que estaba vivo y para que vean, de una u otra forma, lo que yo vi-, desempaqué a stieg larsson, el libro que solía a leer mientras te esperaba luego del trabajo, y retomé la lectura. Por cierto, en huaraz terminé de leer a stieg larsson, la segunda parte de millenium, y en Trujillo empecé y terminé el libro que me obsequió mi padre, la herencia violenta, libro que resultó ser toda una revelación, muy buena obra, pero ya te hablaré tanto del libro como de mi viaje a Trujillo en otra oportunidad, porque ya es tarde y mis ojos ya se cierran en huelga de sueño. Dulces sueños, mary, sweet dreams (estrella y luna). 




Los días siguientes los dediqué a explorar a fondo el lugar: visité la ciudad cementerio de Yungay y escuché la historia del huayco y del terremoto de 1970, escuché la leyenda de las raspadillas que hacían con hielo extraído del mismísimo huascarán (algo bastante fantasioso; el huascarán, ese día, se me antojó inconquistable).fui a la laguna llanganuco y, a pesar del miedo que le tengo al agua (creo que de esto ya te hablé alguna vez), me lancé a abordar una canoa que se bamboleaba inestable, y hasta me senté en la punta, como seguramente Guillermo, el conquistador a bordo de su drakkar en los tiempos de los vikingos; el agua estaba helada, hacía frío y yo con miedo a ahogarme, pero extremadamente feliz. Solo cierra los ojos e imagínatelo: tú, en medio de la laguna, el agua celeste, como en las películas de el señor de los anillos, las montañas y los nevados bajo un cielo genial. Niño bravo canta: “cuando dios hizo el edén, pensó en américa”. ¡bastante acertado! Continué mi entrenamiento para culminarlo con un trekking de siete horas rumbo a la laguna 69 (el nombre se me hizo muy curioso, lo asocié ipso facto con la figura ancestral y legendaria del kamasutra). Muchas personas fueron cayendo en el camino; la altura, el sol, los ríos que uno debe atravesar y el escalar algunas colinas sujetándose de las rocas hacía que muchos aventureros desistieran de la prueba. El guía nos repartió bolsitas con hojas de coca para mascar en caso de no poder más, yo decidí reservarlas a guisa de semillas del ermitaño, cuando no pudiese más, y en cambio, me puse mis headphones y la banda sonora del señor de los anillos como para disfrutar mejor el viaje (carita feliz por siempre rockera). Me retrasaba un tanto ya que mi compañera de viaje estaba un tantito subida de peso y le costaba continuar, pero eso no restaba, porque solo uno avanza más rápido, pero acompañado se llega más lejos (ese era nuestro mantra en esos momentos).mi compañera viajaba para olvidar, prácticamente se iba al exilio también, y cuando ya no podía dar un paso más yo la ayudaba y le hacía platicar sobre el tema (más que nada para mantenerla despierta, para que no se me vaya a desmayar). Le hablé del amor como concepto libre, la invité a mirar a su alrededor, y le cité a jane austen: “¿qué es el hombre comparado con las rocas y las montañas?” y algo imprudente de mi parte, la ayudé a conquistar una cumbre, a ver todo lo que habíamos recorrido, a que visualice cómo caía agua pura y cristalina desde la punta de los nevados en descongelamiento, y ahí le dije: gritemos, a todo pulmón, ¡qué es el hombre comparado con las rocas y las montañas!, ¡qué es el hombre comparado con las rocas y las montañas!, ¡yo soy un espíritu sin nombre, indefinida esencia, que vive con la vida sin formas de la idea!, y la defequé con el ¡ojo de tigre, Alexandra, ojo de tigre!, a lo rocky balboa. Y luego aproveché para mascar un poco de las hojas de coca, estaba muerto y mi cuerpo ya no podía más, pero venga, guille, la voluntad es más fuerte y es a prueba de montañas. Y entonces, de la mano, continuamos con nuestra subida de siete horas, aunque en ese momento recién íbamos por las primeras dos horas, como mucho.
Faltando poco por llegar a la cima, cuando ya las montañas marrones daban paso a las de color blanco, y cuando, a pesar del cansancio y el sudor, el aire era tan helado que atravesaba el pecho, y cuando el guía gritó, pónganse sus casacas, caballeros, lo más bravo va a empezar (y todos con cara de “¿es en serio?, ¡recién va a empezar, sádico infeliz!”), decidí meterle turbo. Ve subiendo despacio, Alexandrita, me voy a adelantar a territorio empinado para ver cuánto más falta (tropecé y caí como siete veces para la burla de todos los que me veían en actitud rebelde y heroica). Y ahí estaba yo, manteniéndome en pie por orgullo, y eso no solo se aplicaba al cansancio, sino que era un reflejo de mi vida misma: luego de tantos golpes, no sé cómo me mantengo en pie –pensé melodramáticamente-. Pensé en mis héroes: bruce Wayne (batman), matt murdock (daredevil), Oliver queen (Green arrow), lamont cranston (the shadow), ¿se habrán sentido igual alguna vez, a sus 27 años, en las montañas, en medio de sus entrenamientos? ¿se habrán sentido solos y perdidos, sin brújula, sin norte, así como yo ahora? Y en esas cavilaciones me encontraba sumergido cuando vi a una chica, felina, de traje negro con amarillo, como uma thurman en kill bill pero en colores invertidos, con anteojos oscuros, un lazo amarillo en la cabeza y una cámara fotográfica profesional colgando de su cuello, subiendo a toda velocidad en mi dirección. Y le dije algo como señorita, su resistencia es indolente e indiferente a mi cansancio, y sonreí lo mejor que pude. Ni siquiera en las montañas una se salva de los hombres lobo –respondió-. Hahaha. Nunca es fácil dar el primer paso, ¿no? “hombre lobo” suena un tanto agresivo, ¿no le parece, señorita?, “licántropo” es un término más refinado. Logré que sonriera. Utilizas eufemismos, ¿eres abogado quizá? Y bueno, no puedo mentir, tú sabes, o, en todo caso, miento pero no engaño a nadie, así que le dije: casi abogado, pero san marquino de corazón completo. Y así logré conseguir su teléfono y una cita para el día siguiente, ella me dijo: hay un bar llamado “los 13 búhos”, está en el medio de la ciudad y es uno de mis sitios favoritos en huaraz, ahí se reúnen los verdaderos vikingos alemanes, todo barbones, a contar sus historias escalando montañas. Yo le dije que, si gustaba, podía dejarme crecer… no la barba, suena agresivo, digámosle, el vello facial. Y ella rió y así quedamos. 
Y, bueno, mi querida mary, he de dejarte porque debo salir a mi próxima misión. Te escribo a mi retorno. 



kinbaku

Yo miento pero no engaño a nadie, y el pecado no es mentir sino engañar. Hahaha siempre suelo decir eso tratando de hacerme el gracioso, pero la verdad es que alguna vez te mentí, querida mary, lo siento, pero recuerda que nunca negué mi naturaleza de lobito feroz. Cometí, un día, el error de enviarte una fotografía de mi almuerzo con ohashis (palillos chinos) en el plato, tú comentaste algo como: “jajaja, ¿comes con palitos chinos?”, y entonces te dije que comía con ohashis para darle la contra a mi padre, que se enamoró de una china y abandonó el nidito familiar. eso era cierto, lo que no era tan cierto es que lo hacía por contrariar a mi viejo.
¿alguna vez te comenté que tuve una novia japonesa? Bueno, fue mi única relación larga, la única que superó el primer mes (tengo mi maldición de los 30 días: siempre que formalizo alguna relación, esta se acaba antes de cumplirse el primer mes), y estando con ella aprendí muchos trucos orientales propios de los nihonjin (japoneses), tales como comer con ohashis y en owan (plato hondo), algunas palabras importantes, costumbres, aprendí de animes y rock japonés, técnicas de meditación  y sí, algunos movimientos de artes marciales, karate y ninjitsu (carita feliz de equis de)… ya te imaginarás que no era buena idea hacerla enfadar.
Los japoneses tienen algunos términos que no son perfectamente traducibles al castellano porque la idea en sí, el concepto, a nosotros no se nos ocurrió al realizar nuestro diccionario de la real academia española de la lengua, y son bastante curiosos, uno de ellos es “kinbaku”. El kinbaku es un arte consistente en atar a una persona de forma tal que se conserve la estética, la dignidad del prisionero, a través de los nudos realizados, y que, al mismo tiempo, efectúe cierta presión en puntos estratégicos de la anatomía humana para restar la energía que éste pueda invocar, haciendo prácticamente imposible el liberarse. Es una técnica que solo empleaban y podía ser aprendida por maestros samuráis. Te menciono esto porque, de cierta forma, eres como mi kinbaku; emocionalmente me encuentro bastante ligado a ti, a pesar de la distancia y la ausencia. Quizá ello explique todas estas líneas. Soy consciente que todo se fue a la mierda entre nosotros, pero me rehuso a convertirnos en –como canta el señor sanz-: dos extraños que se van sin más como, dos extraños más que van quedándose detrás. Y la canción es bastante acertada. 



Volvamos. Al día siguiente Alexandrita se enfadó conmigo al enterarse que me iría a encontrar con la tour guide. Con la dirección del bar de los trece búhos en mano, y con el google maps en la otra, emprendí el camino hacia donde ella se hospedaba: el ebony hotel.
Como ya debes haberte dado cuenta, soy mucho de tomar fotografías a los paisajes que visito, estos suelo colgarlos en una cuenta de instagram con la dirección @zapatosvagos  (o instagram.com/zapatosvagos ), si por ahí te animas podrás echarle un vistazo a los caminos recorridos, y a los exteriores de “los 13 búhos”.
Recorrimos el jirón José Olaya, el cual es legendario por haber sido la única calle que se mantuvo en pie luego del terremoto del 70, así que es la parte de áncash que mejor dibuja a lo que fue en aquella época. Raquel Ramírez, que es el nombre de la tour guide, me explicó que las raspadillas legendarias no son las que ofrecen en Yungay, sino unas que se vendían en el centro de la ciudad, las cuales eran preparadas con una leche especial; cuando llegamos pude ver que había gente, de todas las razas, como diría Arguedas, haciendo cola bajo el sol inca, aguardando a por su raspadilla, ¡valían la pena! Fuimos a por unos helados artesanales que también son famosos en la zona, pregunté por el helado de panetón y los parroquianos me sometieron a un callejón oscuro por preguntar, pero tenía que hacerlo. Mary, si aún no has ido a probarlos, ve pronto, de lo contrario tendrás que esperar hasta el próximo diciembre.
Por fin llegamos a “los 13 búhos”, lleno de vikingos barbones montaraces. Pedimos dos súper hamburguesas, “royale with cheese” -como dice John travolta en pulp fiction al iniciar el filme- y una botella de cerveza artesanal negra con coca lucho’s beers (sí, cerveza negra de coca, no te estoy floreando, capricornio, todo lo que digo está documentado y es perfectamente googleable –valga el adjetivo-), botella que luego se convirtió en dos, tres y hasta cuatro.
Estando ahí solo me concentraba en contar mis mejores historias, pero al parecer, Raquel Ramírez, la tour guide, tenía el poder de leer los espíritus, o era eso o fue la cerveza artesanal negra de coca, pero me sorprendió cuando, a quemarropa, me preguntó ¿por qué no has terminado la carrera, Guillermo?, ¿por qué renunciaste a tu trabajo?, ¿cuál es tu plan a largo plazo? Y ahí estaba yo, siendo acribillado, además de mi sorpresa, por las preguntas que me hacía, que eran exactamente las mismas que yo me planteaba todos los días frente al espejo.
- Espera –sonreí y le di un sorbo a mi bebida para ganar tiempo-. Uno: ¿cómo sabes todo eso?, dos: esto parece el interrogatorio que me hacen en una entrevista laboral para un puesto para el cual no he enviado mi CV.
- Estás desorientado, Guillermo, todos los que caen en los 13 búhos, de cierta forma, lo están. ¿por qué estás tan lejos de casa?
Y eso empezó a transformarse en esa clase de historias en donde el protagonista, confundido, abandona su hogar en búsqueda de su destino, buscando redención y, perdido, en las montañas, encuentra a un viejo y sabio maestro quien le muestra el camino de la luz.
Ella estaba al tanto de mis demonios internos, sabía que no era un turista más, o un viajero, sino un exiliado, alguien quien fracasó e, igual que el maestro yoda tras caer contra darth sidius, decidió que lo mejor era irse al exilio, dejar atrás el cuartel general (serviefectivo y la gran fruta), el consejo jedi (los pokéamigos), y la familia (lennon, el perro, y lord nieve, el gato). A esas alturas, dándome cuenta que mi armadura de chico rockero despreocupado y rebelde había caído, decidí ser brutalmente honesto con aquella maestra desconocida que ya conocía mucho de mí, y en ese momento, lo juro por el dios de los incas o por cualquier otro, que empezó a escucharse la voz de Edith piaf cantando la vie en rose (la vida en rosa), y brindé a tu salud.
Así empezó mi entrenamiento en aquel templo llamado “los 13 búhos”, en huaraz, con unas clases básicas de patadas al estilo jiu-jitsu… sí, la tour guide sabía jiu-jitsu, y ahí estaba yo nuevamente aprendiendo la lección básica: no subestimar a ninguna mujer, sobretodo si es bajita. Anécdota: una vez ayllón desairó los conocimeintos de karate de una chica a la que nosotros conocemos como la gata punk, y su castigo fue físico e inmediato, fue derribado y la humillación, perpetua e inolvidable (juan y yo siempre nos encargamos de eso último). Me dijo que jamás sería feliz si no enfrentaba mi pasado y volvía a san marcos, que debía dejar de huir, que debía retornar, como simba en el rey león: “recuerda quién eres”. ¿por qué decidiste ser abogado, Guillermo? Y ahí viene mi respuesta sincera e infantil, pero sincera, subrayemos eso: me inspiré en matt murdock, el abogado ciego de hell’s kitchen, daredevil. Matt no tiene mucho dinero, a pesar de ser un buen abogado, y eso se debe a que él consagra sus conocimientos para ayudar a la gente humilde de su barrio, muchas veces le pagan con comestibles y no con dinero en efectivo, pero él es feliz ayudando al prójimo. Quise ser como él así que postulé a san marcos para ser un abogado defensor. 
- ¿y cómo es que te ganas la vida?
- Creí que eso ya lo sabías, Raquel –dije, ganando tiempo para ver si podía maquillar mi respuesta.
- Tienes que decirlo para que te des cuenta.
- Me gano la vida ayudando a las entidades financieras a aplastar a la gente pobre que cae en deuda con ellos. Ellos se endeudan, yo los encuentro y los asusto con amenazas legales para recuperar el dinero de los bancos.
- ¿qué hacías antes de ingresar a san marcos?
- Iba a la iglesia.
- ¿tú? –preguntó divertida Raquel, mientras se reía de mí- ¿y qué hacías ahí? 
- Me gustaba ayudar a las personas, íbamos a predicar en los colegios estatales, participábamos en chocolatadas navideñas para los niños pobres, ayudábamos a adolescentes confundidos a encontrar un buen camino.
- ¿y por qué abandonaste?
- Porque tengo cierto talento para arruinar las pocas cosas buenas que me ocurren –y trataba de seguir sonriendo mientras tomaba mi bebida-.
Hay ciertas palabras que, pronunciadas en el orden correcto, tienen cierto efecto mágico, como hacerte merecedor de un buen beso en la altura y con aire puro. Ya sabes lo que tienes que hacer entonces, campeón –me dijo mientras jugueteaba con mi cabello, que todavía no estaba tan largo, guille, pero que pronto debía ir al peluquero-, por eso has venido hasta aquí. Si no terminas la carrera, te sentirás siempre incompleto y no serás feliz. Está bien, linda, lo he pillado, pero no pienso cortarme mi cabello, lo quiero largo como Julián Casablancas, el vocalista de los strokes.
Llegué a sweet dreams luego de dejar a Raquel en su hotel, tuve que llegar llevándole comida chifa a Alexandrita para que me disculpase por haberla abandonado todo el día, eso y una botella de vino (que, finalmente, se negó a beber conmigo). Aquel día terminé de leer a stieg larsson y empecé a escribirte mary, escribirte, entre tantas otras cosas, que empezaba a encontrar mi norte, no con la esperanza o la ilusión de que me respondas o que hagas algo, sino para que lo sepas, quería comentártelo. 




No hay comentarios:

Publicar un comentario

(8) Welcome to the jungle (8)